El sol en la ciudad

Allí está el afuera enmarcado en la ventana. Suárez lo sospecha antes de abrir el black out. Sabe de antemano los colores pues el día es evidente, nubes más, nubes menos. Sigue inmutable aquel eclipse de edificios, un crepúsculo constante que le pinta el living día a día. Por suerte aún es diáfana la tarde así que aborda la cocina. Advierte en el camino un almanaque de pared que indica medio febrero; dos feriados y un cuarto menguante. «Las noches se han comido la luna a mordiscones» Piensa Suárez mientras unta una tostada.

El tiempo que demora en hervir la leche es fundamental para acercarse a la ventana y ver la gestación, el evidente inicio, el alba despreciable, la insignificante mañana. Para Suárez, en cambio, estas cosas son indispensables.
Hay un calorcito suave, puede sentirlo hasta en los pies. La mañana cocina un hervidero de bocinas, un sabor a caldo de pavimento. Hay motores, construcciones, barullo y una neumática estridencia. Hay también un martilleo constante. «Tengo que saltar de este mundillo en el que estoy metido» piensa Suárez.

Sucede que si bien el es, lo hace en función del entorno, y eso lo tiene aquejado. Está cansado de que su hacer se valore en la cotización de su círculo social. Quiere ser cotizado como pudiera en otros ámbitos: Como quien luce su tonada en tierras foráneas; o quién se regocija de encontrar peores; o como aquello del tuerto y los ciegos.
Usualmente le haría bien empezar el día poniendo un disco, aunque no vaya a escuchar mas de dos canciones, pero ya no lo hizo, y como la música lo previene pero no lo cura, ahora le parece inútil. «Pero ¡la puta madre!» masculla Suárez mientras manotea un trapo para secar la leche rebalsada.

Sobre Candiotti III empezó a salir el sol, pero a las siete y veinticuatro va a ocultarse nuevamente detrás de la torre seis del complejo Viña del quebrál. A las diez y media (más o menos) se vuelve a ver en el hueco que deja el cementerio; y ya después de mediodía se esconde hasta mañana en las torres de la avenida.
Suena otra vez el despertador.

No hay comentarios: